martes, 18 de marzo de 2014

Entre lo tradicional y la innovación

Los docentes se encuentran en un dilema: decidir entre seguir haciendo lo que se ha hecho durante tanto tiempo de la misma manera o ‘arriesgarse’ a innovar para hacer las cosas de una nueva forma en búsqueda de nuevos y mejores resultados. 

Sería interesante que este dilema fuera una constante del gremio docente. Es decir, sería fantástico que los docentes constantemente se estuvieran preguntando si es posible seguir haciendo las cosas de forma tradicional o si tuviera que ser necesario cambiar la perspectiva para cambiar los métodos. Pero infortunadamente no es así. Esta disyuntiva, este dilema, este constante cuestionamiento no se presenta, salvo en algunos casos concretos. 

Pero aquí surge otro problema que se trata más bien de un prejuicio. En la actualidad constantemente se relaciona el concepto de innovación con el de tecnología. Se tiende a pensar que innovar en educación es incorporar TIC’s en las aulas de clase. Tomar un ordenador, o cualquier otro elemento tecnológico, e introducirlo en el desarrollo de las clases sin mayores cuestionamientos o sin una mínima reflexión previa. Craso error, pero tan común que no debe sorprender mucho. 

Incluso el ámbito político ha llevado a que este imaginario o prejuicio se haga más evidente. Los discursos políticos que toman como bandera la educación, no se cansan en repetir que es necesario dedicar gran tiempo y esfuerzo al sistema educativo. Y para ello prometen grandes inversiones económicas que permitan que los centros educativos se ‘abran’ al mundo moderno y se dejen llenar de la tecnología que circula en toda la sociedad. A todo esto le dan el nombre de innovación educativa. 

El problema del discurso político no es que se diga, sino que muchas personas lo creen y le apuestan a ello. Llenan los centros educativos con aparatos tecnológicos y los presentan como lugares de vanguardia en innovación, dignos de ser imitados por los demás. Pero lo peor es que los propios docentes y las directivas docentes hayan caído en el mismo juego. Se afanan por presentar proyectos y estar en muchas convocatorias que prometen premios tecnológicos. Y el maestro juega este juego, sin darse cuenta que debería ser el primero en cuestionarlo. 

Ninguna tecnología, por más avanzada que sea, podrá asumir el papel del docente. O por lo menos, no el papel del verdadero docente. Pues si se cree que el docente es un banco de datos y de información que se ofrece a los estudiantes, internet sería el mejor de los maestros. Pero si se cree que el papel del maestro está en enseñar a pensar y a tomar una postura crítica y responsable frente a la vida, no habrá ordenador, tableta o red social que pueda reemplazarlo. 

En este punto, aparece uno de los miedos de dejar que la tecnología ingrese al aula: que su presencia puede desplazar al docente y lo que hace. Pero si lo que el maestro está haciendo es ser una fuente de datos, claro que debe estar asustado. Pero si su misión es más profunda, puede estar completamente tranquilo con lo que hace y cómo ingresa la tecnología a su salón de clase. 

Pero ese ingreso de la tecnología no es en sí mismo una innovación. La innovación es la acción transformadora, la praxis que se compromete a cambiar la realidad de una manera o de otra. Innovar es ser capaz de hacer las cosas de una forma diferente, pues sólo así se pueden obtener resultados diferentes. Innovar no es hacer lo mismo con nuevas mediaciones. Es hacer algo nuevo y transformador con las mediaciones que sea necesario. 

En este sentido, un docente no es innovador porque ingrese la tecnología al aula. Un docente es innovador o no es innovador. Independientemente de las tecnologías, herramientas o mediaciones que utilice.

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