Tal
vez una de las grandes riquezas de las ciencias sociales, las humanidades y la
pedagogía es que son impredecibles. Por más intentos que se hagan para
determinar las causas y consecuencias del ejercicio educativo es imposible
controlar todas sus variables y condiciones. Esto se debe, básicamente a que su
objeto de estudio, su interés principal es un ser que se escapa a cualquier
intento reduccionista, a cualquier objetivación… es el ser humano.
Esta
condición humana de impredecible se presenta en todos los contextos donde se
desarrolla el hombre. En este sentido, el uso de las Tecnologías de la
Información y la Comunicación (TIC) y su vinculación en contextos de educación
también debe ser reconocido como un fenómeno impredecible.
Esto
es lo que quiere presentar Coll (2008[1]) y sus colaboradores,
cuando analizan el uso real de las TIC en contextos educativos formales. Ellos
descubren, o más bien, demuestran que hay una gran diferencia entre los usos
que prevén los docentes a la hora de implementar TIC en el ámbito educativo y
los usos que verdaderamente se presentan. Algo es lo que se planea desde la
perspectiva docente y toda su intencionalidad formativa y algo diferente es lo
que aplican los estudiantes desde su posición (generalmente) receptiva.
Es
interesante seguir a Coll y ver cómo difieren los usos planeados por el docente
de los usos reales ejecutados por los estudiantes. Básicamente porque, sin
tener plena conciencia de ello, la educación posee cierto grado de inercia. Es
decir, el proceso educativo, por más esfuerzos que se hagan en su innovación,
parece seguir dentro de la línea y la rutina donde los papeles del docente y los
estudiantes ya están plenamente identificados. Estos reciben la
información/conocimiento que aquel les quiera transmitir.
Salir
de este paradigma es todavía una labor titánica a la que se ve abocada la
práctica educativa moderna.
Pero
lo más curioso que propone Coll es que no se está explotando todo el potencial
de las TIC. Incluso, en ocasiones pareciera que se cambia el tablero por una
pantalla, la tiza (o marcador) por un teclado. Las carteleras por un video,
etc. Es decir, se sigue haciendo lo mismo, pero sobre una plataforma nueva o
alternativa, sin que el uso de TIC impacte verdaderamente los procesos de
enseñanza y aprendizaje.
Y
aquí surge una pregunta fundamental que podría hacerse cualquier docente a la
hora de implementar o proponer el uso de las TIC en la práctica educativa: Lo propuesto con el uso de las TIC ¿no
podría hacerse sin ellas y obtener el mismo o un mejor resultado?
Si
la respuesta es ‘Sí’, significa que sólo se ha cambiado el formato para
presentar la información y que los patrones de docencia siguen siendo iguales. Es
decir, que la implementación de la TIC no pasa de ser un formalismo para justificar
un ejercicio pedagógico que no ha cambiado sustancialmente.
Si
la respuesta es ‘No’ es necesario aclarar de qué forma lo han hecho y la manera
como el proceso de aprendizaje se ha potenciado gracias a este uso. Pues una
cosa es que el uso haya sido planeado y esperado por el docente, lo cual sería
lo esperado. Y algo diferente sería que el uso hubiese sido inesperado, pero
provechoso para el estudiante. En este último caso es necesario revisar la
planeación docente, para asegurarse el logro que fue el resultado imprevisto de
un proceso planeado y no el fruto del azar.
Sólo
después de un análisis riguroso de las respuestas surgidas se podrán tener
algunas pistas sobre la efectividad de la integración de las TIC en el
currículo. Y conocer si se está haciendo un uso invisible de las TIC, pues sólo
de esta manera se hará visible el aprendizaje (Díaz, 2010[2]).
[1] Coll, C. et al (2008). Análisis de
los usos reales de las TIC en contextos educativos formales: una aproximación
sociocultural. En: Revista electrónica de Investigación Educativa.
[2] Díaz, F. (2010). Integración de las
TIC en el currículo y la enseñanza para promover la calidad educativa u la
innovación.